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merkungen zu den Kinder- und Hausmärchen," and there1 a practically complete list of variants of the "Teilung des Huhns," as they call the story of the carving of the chicken, may be found.

WASHINGTON UNIVERSITY,

ST. LOUIS, Mo.

ARCHER TAYLOR.

KENTUCKY BRANCH. The annual meeting of the Kentucky branch of the American Folk-Lore Society was held in Louisville on April 25, during the sessions of the Kentucky Educational Association. About a hundred and twenty-five people were present, many of whom were not members of the Society, as the meeting was open to the public. The following programme was given: "A Group of Mountain Ballads," Miss Josephine McGill; "Plant-Lore in Kentcuky," Professor Frank L. Rainey; "Local Folk-Songs," Dr. E. C. Perrow. Each of these papers was followed by general discussion. The newly-elected officers are as follows: President, D. L. Thomas; Vice-Presidents, Mrs. Fannie C. Duncan and Miss Josephine McGill; Secretary, Miss Myra Sanders; Treasurer, John F. Smith.

1 2 (Berlin, 1915) : 360–362 and 360 (note 1). The reference (360, note 1) to Staufe should read "Zs. d. V. f. Vk., 9 (1899): 87" (not 8:87). The story is also cited in Revue des traditions populaires, 14 (1899): 60, by Stiefel (Archiv für das Studium der neueren Sprachen, 95 [1886]: 91, No. 165), and by Wesselski (Der Hodscha Nasreddin, 2 [1911]: 202, No. 399). See, further, Sumtsov, "Razyskanija v oblasti anekdoticheskoi literatury; anekdoty o gluptsakh" (Sbornik Kharkovskago istoriko-philologicheskago Obshchestva, 11 [Kharkov, 1899]: 153 ff.)

REVIEWS.

EL FOLKLORE DE OAXACA. Recogido por PAUL RADIN y publicado por AURELIO M. ESPINOSA. Publicado por la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas, con la cooperación de The Hispanic Society of America. New York, G. E. Stechert & Co., 1917. iv + 294 p.

Con el título que precede a estas líneas, ha publicado el señor Aurelio M. Espinosa, infatigable y erudito investigador del folklore hispanoamericano, un nuevo libro en los Anales de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas. Consiste dicha obra en una bien nutrida y metódica recopilación de cuentos que el Dr. Franz Boas y el señor Espinosa, juntamente, entresacaron de una colección mucho más abundante, que fue recogida por el año de 1912 en Oajaca (importante estado del sur de México, sobre el litoral del Pacífico), bajo la dirección del Dr. Paul Radin, alumno entonces de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Mexicanas.

Puede decirse que el estudio del folklorismo en México apenas va iniciándose. Los mexicanos eruditos en la arqueología nacional han dirigido, por lo general, su investigación a otras regiones del vastísimo campo de nuestras antigüedades, sin recoger siquiera de paso, como fácilmente pudieran haberlo hecho, esa obra anónima de las generaciones que se conserva y perpetúa dispersa en tradiciones y cantos populares. Los poetas y literatos, por su parte, cuando han inquirido asuntos de boca del pueblo, se han preocupado más de utilizarlos, como es natural, para su labor propia, que de transcribirlos en su genuina sencillez y frescura. Así, por ejemplo, el material acopiado en sus romances por Guillermo Prieto, el poeta mexicano que más en contacto estuvo con el pueblo, puede representar un tesoro para la filología, pero sólo de manera indirecta puede ser de valimiento para el folklore, como no sea en lo referente a costumbres populares. Otros escritores, como Manuel Payno (valioso también para la lexicología y semántica de la lengua), Vicente Riva Palacio y José María Roa Bárcena, especialmente los dos últimos, refrescaron su imaginación más bien en fuentes históricas que en las populares, y aun quienes han dejado leyendas de origen tradicional bien claro, como Ignacio M. Altamirano y Eduardo Ruiz, entre varios más, anteriores, contemporáneos y aun posteriores suyos, sometieron dichas narraciones al molde personal de su estilo. Los ya nombrados y muchos otros (Chavero, Marroqui, Sierra, Sosa, García Cubas, etc., y, entre los vivos, González Obregón y Heriberto Frías), al acudir más o menos a la tradición, lo hicieron casi siempre con miras históricas o propósitos literarios. Hay que llegar hasta Nicolás León para hallar el primer intento definido y concreto en la ciencia a que vengo refiriéndome. Este antropologista y arqueólogo mexicano, con la publicación de su "Negrito Poeta," hecha en 1912, ha dado el primer paso consciente dentro del verdadero terreno del folklore nacional.

Mas si los mexicanos habíamos desatendido esta laboriosa tarea de investigación paciente, quiero decir, si las tradiciones y leyendas no se recogían y copiaban sin revestirlas de galas literarias, de fuera nos llegaron quienes empezaran a dedicar a ello preferente cuidado, sobre todo desde

que se estableció en México la Escuela Internacional arqueo-etnológica. De entonces acá, no han cesado de aparecer trabajos muy apreciables en este respecto, y es de esperar que el impulso dado por doctos extranjeros, como los señores Franz Boas, J. Alden Mason, William Hubbs Mechling, Frederick Starr y Paul Radin, estimule a los nacionales a acopiar diligentemente todo género de materiales útiles para el folklorista, con menor riesgo del que pueden correr los extranjeros en cuanto a la autenticidad de lo que colecten.

Y la autenticidad en esta clase de recopilaciones es de suma importancia. Ateniéndome a mis propios recuerdos de la niñez, cuando noche tras noche nos sentábamos los chicos de casa en torno de una vieja sirvienta que disponía de un inagotable caudal de cuentos, anécdotas y chascarrillos que jamás nos cansaba oír, viéneme a la memoria que los temas de continua reseña se reducían a historias de brujas, duendes y aparecidos; aventuras de ladrones; patrañas y truhanerías como las de Pedro de Urdemales (usualmente denominado Urdimalas); sucesos maravillosos y milagros, en que entraban para mucho las Mil y una Noches y las vidas de santos, amén de algunas leyendas bíblicas y tradiciones conventuales; fábulas de coyotes, onzas, zorras, caimanes y otros animales, inclusive el fantástico nahual, y finalmente adivinanzas. La historia propiamente dicha, a no ser tal o cual suceso de las más recientes turbulencias revolucionarias de entonces, no tenía cabida en aquellas sabrosas narraciones.

Con repetida frecuencia escuché en otros lugares y diversos pueblecillos, no sólo de boca de mestizos, sino también de indios, relaciones más o menos análogas, advirtiendo entre los últimos marcada preferencia a los cuentos de animales, inclinación por lo demás bien primitiva aun en el Oriente, como lo muestran las colecciones sánscritas, árabes y persas. En cambio, cosas referentes a mitos, usos o leyendas de épocas precortesianas, que reprodujeran o recordasen siquiera las tradiciones recogidas por los historiadores primitivos; que diesen indicio de memoria o supervivencia de creencias y costumbres remotas; que contribuyesen a guardar en la imaginación popular relatos cosmogónicos y mitológicos, tales como los que Solís o Prescott aprovecharon de Gómara, Bernal Díaz, Sahagún, Las Casas u otras fuentes, y fueron después metódicamente expuestos por el historiador mexicano Orozco y Berra; narraciones, en fin, relativas a ideas religiosas de los aborígenes, nunca las llegué a oír de aquella gente. Si, por acaso, algo de ello se conserva entre algunas tribus de indígenas, muy modificado debe de estar, ya que todas han permanecido larguísimo tiempo en contacto y fusión continua con el resto de los pobladores y bajo su influencia religiosa y social. Pedir a un indio de nuestros días nociones de Quetzalcoatl o de Tlaloc, sería tanto como esperar que un recluta griego nos hablase, por tradición, de Poseidón o de Ares.

Ahora bien, los cuentos oajaqueños que recopila, en número de 166, el señor Espinosa del material acumulado por el Dr. Radin, aparecen distribuidos en el volumen dentro los siguientes grupos: I. Mitos sobre la Creación y sobre los ídolos; II. Mitos astrales; III. Cuentos de Árboles, Flores y Piedras; IV. Cuentos de animales; V. Cuentos humanos, y VI. Cuentos de Brujas.

De dichas narraciones, sólo ocho forman el primer grupo, repartidas en número igual para cada tema, es decir, cuatro sobre la creación y cuatro

acerca de los ídolos. Las más abundantes, por el contrario, son las relativas a animales, que ascienden hasta cincuenta y cinco. Si de mi propia experiencia se puede sacar alguna observación válida, tal escasez de unos cuentos y tal copiosidad de los otros sería ya un indicio de que esos relatos proceden de indios más o menos ladinos. El primero, además, referente al origen del mundo, es también, y más que otra cosa, un cuento de animales, pues todo él se reduce a una conversación entre un toro y un gallo, en que se hilvanan conceptos insubstanciales y nada primitivos sobre la manera como uno de los antecesores del toro, con la ayuda de Dios, fue formando, no precisamente la Tierra, sino las cosas que faltaban en el planeta habitado ya por el Adán bovino. La narración procede de Talea, Villa Alta, y del mismo lugar son otras muchas de las contenidas en la colección. Todas ellas tienen de común, en cuanto a su forma, el mismo procedimiento de diálogo, que a veces degenera en disputa, hábito también frecuentísimo entre los indios; en cuanto a lo demás, la misma repetición de expresiones, trivialidad de ideas y carencia de temas y nociones concretas sobre cosa alguna. Parece, pues, que el narrador fue uno mismo, probablemente un indio, que deseando complacer al Dr. Radin o alardear de bien informado, exprime cuanto dice, no de tradiciones que haya escuchado, sino de su propio caletre. Sucede en el curso de dichos diálogos que el interlocutor principal ofrece continuamente al otro que va a referirle un cuento de los muchos que sabe, y el cuento no asoma nunca.

En el segundo grupo, el de mitos astrales, aunque no pocas de las narraciones tienen mayor apariencia folklórica, puédese de igual modo observar las mismas o semejantes deficiencias, el mismo desconocimiento de la materia y análoga tendencia a mezclar rudimentos de astronomía aprendidos en la escuela con mamotretos de la fantasía personal del cuentista. Y todo ello es muy explicable, a mi ver, pues persisto en creer que la prolongada influencia de la religión dominante ha hecho desaparecer entre los indios sus viejas tradiciones étnicas, y por más que se les pida o ellos lo intenten, no pueden contar lo que realmente ignoran.

No ocurre tal reparo en los demás grupos de narraciones. Explorando en terreno que les es conocido, recordando cosas, incidentes y asuntos familiares, refiriéndose a consejas y supersticiones más pegadizas a su memoria o su fantasía, los relatores aportaron para la colección abundante material popular. El señor Espinosa reconoce en la mayoría de los relatos procedencia española, influída por tradiciones indígenas. Así debe ser, y aun la certeza de si los cuentos que no parezcan de origen europeo son propiamente de Oajaca o corresponden a otras regiones, no se podría dilucidar desde luego, por carecerse de colecciones semejantes obtenidas de otros estados. Puede advertirse la popularidad de algunos, por el hecho de que, procediendo de diversos lugares, coinciden ya en asunto, ya en algunas particularidades. Así, por ejemplo, el cuento de "Los dos compadres" y el de "Ali Baba" (num. 101 y 102, respectivamente, de la colección), meros episodios fragmentarios del relato árabe vulgarizado por Galland. El mismo asunto entrañan, bajo diversos títulos, los marcados con las cifras 46, 66, 85, 90 y 100, a saber: la captura de alguien por artificio de garlito, que ya apunta con la fábula del "Simio y la cuña" en el libro asiático de Calila y Dimna y aparece en las leyendas artúricas aplicándosele al mismísimo Merlín.

Hace notar el señor Espinosa que no siempre ha conservado estrictamente reproducido el lenguaje en que venían redactados los cuentos, en vista del hibridismo “ni popular ni literario" de los manuscritos. Con todo, encuentro que, en la gran mayoría de lo colectado, la expresión se aviene al uso general del lenguaje vulgar en gran parte de la costa mejicana del Pacífico. Sitios sin embargo he conocido allí, en que es sorprendente la corrección y sabor a siglo XVI con que ha perdurado el idioma de los conquistadores, con reiterados arcaísmos de sentido y de forma, y sin más alteración perceptible que los cambios fonéticos y la mezcla de vocablos indígenas. Entre las clases iletradas y humildes, la corrupción de la lengua sin duda ha sido mayor en las ciudades más populosas que en los campos, acaso porque, en éstos, pobres y acomodados vivían menos desunidos por las categorías sociales, pudiendo así el indio mantener trato y relación directos con la gente culta.

Por esto me inclino a pensar que el señor Espinosa, aun retocando más de lo que pueda haberlo hecho los manuscritos colectados como folklore de Oajaca, aun corrigiendo yerros y llenando omisiones, no se habría apartado mucho de la forma popular más corriente. Así aproximadamente lo practiqué yo alguna vez, por falta de otro arbitrio. Cuando traduje al castellano el "Unknown Mexico" de Lumholtz (“El México Desconocido,” Nueva York, 1904), intentaba yo reproducir el texto exacto de los cuentos y leyendas contenidos en dicha obra; pero desgraciadamente el autor no había conservado los originales. En vista de ello, hice la versión imitando giros y locuciones del lenguaje popular más correcto, lejos de bajarlos al nivel del habla vulgar de los centros urbanos. Y no de otro modo se ha procedido en todos los tiempos, pues la misma Ilíada, que no es, en suma, sino un producto folklórico, recibió de manos de sus colectores ajuste y pulimento que a los pósteros no se nos ocurre lamentar.

Si lo que se busca en estas recolecciones es folklore y no barbarismos y otros defectos gramaticales, quizás hasta convendría adoptar dicha práctica, sobre todo para las narraciones en prosa, que siempre divergen y se amplían, adulteran o modifican según la memoria y aptitudes del narrador. Sólo las versificadas son de estructura más resistente. Por ello sería deseable que, como lo ha hecho el señor Boas con varios cantos, también de Oajaca, los coleccionadores de folklore mexicano encaminaran su preferencia por esa senda. Encontrarían minas casi inexplotadas y, en ellas, metales de mejor ley.

UNIVERSITY OF MINNESOTA,
MINNEAPOLIS, MINN.

BALBINO DÁVALOS.

Norsk Folkeminnesamlarar II, 1. RIKARD BErge. Risør, 1918. FOUR years ago, when the first issue of "Norsk folke-kultur" appeared, the editor mentioned a plan of also issuing booklets dealing with the history of the collecting of Norwegian folk-tales and ballads, to be accompanied by biographies of the collectors. The number before us is published as the first in this special series. Olea Crøger occupies a foremost place among the collectors of folk-tales in Norway in the thirties and forties of the last century. Her work has several times been spoken of by other writers (see,

OLEA CRØGER ved H. G. HEGGTVEIT og 75 P.

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